El tormentoso amor entre Sinatra y Ava Gardner
Sinatra
pisó por primera vez suelo español en mayo de 1950 y lo hizo con un
único objetivo: encontrarse con Gardner, que estaba en la Costa Brava
rodando Pandora y el holandés errante. Aterrizó en el aeropuerto de El Prat, rumbo a Tossa de Mar, movido por los celos. La actriz, que un año después sería su esposa, tenía un lío con el torero Mario Cabré.
Aunque el cantante estaba todavía casado, Gardner y él vivían un
romance del que se había hecho eco toda la prensa mundial. Lo intentaban
disimular pero Sinatra, que llegó cargado con seis cajas de Coca-Cola y
un collar de esmeraldas para ella, no podía soportar ver a su “infiel
amada” junto el diestro catalán, que le brindaba los toros que mataba.
Antes de su llegada, le había mandado desde Nueva York cartas perfumadas
a su “querido conejito”, pero competían con las del presumido Cabré,
que se esforzó por aprender inglés, dedicadas a su “dulce ángel”. Con su
elegancia y sonrisa seductora, la actriz enamoró al pueblo de Tossa
mientras Sinatra era visto como un hombre arisco y tacaño, que terminó
soltando esta amenaza a la protagonista de Venus era mujer: “Si vuelvo a
oír hablar más de este tipo [Mario Cabré], lo mataré a él y a ti”.
Gardner era una estrella en toda su condición. Amaba España, aunque
nunca consiguió juntar dos frases en castellano y sí que su profesor de
español se aficionase a los gin tonics. Y, como de película,
célebres fueron las tortas que también en España recibió de los hombres
que la quisieron conquistar. De Dominguín y de Sinatra, que le dio la
última cuando la actriz, que tenía un dúplex en Doctor Arce, se bebía la
barra del bar del hotel Castellana Hilton. “Nunca volveré a hablarle a
ese espagueti hijo de puta”, dijo en una de sus últimas noches en Madrid
en 1962. Por cada borrachera pasada de rosca, la actriz perdía algún
collar, pulsera o pendiente. En España, sus brillantes extraviados
hubiesen dado para abrir una joyería. En ese mismo país, Sinatra,
considerado entonces por los sociólogos norteamericanos como un
“sustitutivo icónico” para toda una generación de chicas con “orfandad
amorosa” por tantos soldados destinados a la guerra de Corea, besó el
suelo como pocas veces. Entonces, La voz, un contradictorio y
obsesivo hombre que empezaba a ocultar su calvicie con un sombrero, era
un verdadero huérfano que, eso sí, enamoró a medio mundo con su disco Songs for Young Lovers.
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