El trágico amor entre Silvia Plath y Ted Hughes
Sylvia Plath se enamora y cree haber
encontrado al hombre más fuerte del mundo, un Adán alto, desmañado,
saludable, con voz de trueno (así se lo cuenta a su madre en una carta),
un vagabundo que jamás se detendrá.
Un hombre (le cuenta a su hermano) igual a ella, con la voz más rica y extraordinaria que Dylan Thomas, capaz de sacar uno de los libros de su vitrina y ponerse a leerlos como ella misma, un contador de historias. Sin embargo, también le parecía un aplastador de cosas y personas, un hombre al que le gustaba beber y conquistar mujeres. El 16 de junio de 1956, Ted Hughes y Sylvia Plath se casan.
Un hombre (le cuenta a su hermano) igual a ella, con la voz más rica y extraordinaria que Dylan Thomas, capaz de sacar uno de los libros de su vitrina y ponerse a leerlos como ella misma, un contador de historias. Sin embargo, también le parecía un aplastador de cosas y personas, un hombre al que le gustaba beber y conquistar mujeres. El 16 de junio de 1956, Ted Hughes y Sylvia Plath se casan.
Aunque por fin había encontrado lo que
tanto anhelada, un marido, la Sylvia Plath esposa escribe esto en su
diario en el primer tiempo de su matrimonio (tan diferente a la actitud
sumisa de su madre, que también se había casado con un hombre
inteligente al que admiraba.
El amor que sentían el uno por el otro
era devastador y fuerte. Si tenemos en cuenta el historial de Sylvia
Plath, podríamos adivinar, sin saber cómo acabó finalmente el
matrimonio, que no le haría ningún bien. Era la esposa de un hombre
brillante al que admiraba y al que seguía donde fuera, pero su condición
de casada le coartaba, como ya había reflexionado tanto en su reciente
juventud, una libertad que para la poeta había sido siempre vital.
Caminaba un poco por detrás de Ted y siempre le complacía lo que a él,
como advertían los amigos que compartían con ellos los primeros años de
noviazgo. Pero Sylvia quedó embarazada y las sombras eran menos sombras,
daban menos miedo y de alargadas pasaron a insignificantes. Frieda
encarnaba la luz que tanto faltaba a su madre.
Tiempo despues nace su segundo hijo, Nick, pero el matrimonio es cada vez más
una desgracia para ambos. Ted se ausenta injustificadamente, amantes,
esas mujeres a las que le gustaba conquistar como ya sospechaba Plath en
el noviazgo.
Sylvia es celosa y aquel primer encuentro, en el que él la
besa violentamente y ella le muerde la mejilla hasta sangrar, no es más
que la primera escena de una vida que los iba a conducir a la locura, a
la desesperación, cuando ya no controlas nada. El forcejeo al que se
vieron sometidos era más de lo que Plath podía soportar; aunque daba
muestras de querer solucionar su matrimonio y convertirlo en aquel
perfecto que tanto había soñado, la realidad era bien distinta. Sus
hijos, Frieda y Nick, eran pequeños, y Sylvia quemaba las cartas y el
manuscrito de una novela dedicada amorosamente a Ted en una pequeña pira
funeraria, para horror de Aurelia, que quiso evitarlo sin éxito.
Sylvia
estaba desatada, encolerizada.
La ruptura era inevitable. Y finalmente
Ted la abandona por la poeta Assia Wevill.
Sylvia se había quedado seca y vacía, y además tenía un corazón frágil y ya lo sabía.
El 11
de febrero de 1963, Sylvia se despierta a las seis de la mañana y le
prepara el desayuno a sus hijos, de tres y un año. En una bandeja lleva a
la habitación de Frieda y Nick: pan, mantequilla, leche. Vuelve a la
cocina en la que acaba de prepararlo, cierra la puerta, tapa todos los
resquicios con toallas. Abre el gas, y mete la cabeza en el horno.
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